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22 de octubre de 2025 - 8:29 p. m.
Actualizado - 22 de octubre de 2025 - 8:53 p. m.

El regreso de Santiago Posteguillo, "el escritor que hace vivir la historia como nadie"

En el 58 a. C., Roma, la Galia y Egipto eran tres mundos distintos que, sin saberlo, iban camino de un único destino.
Andrés Marín Martínez
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Santiago Posteguillo y su nueva obra 'Los tres mundos'. - Crédito: Ediciones B, suministrada por Penguin Grupo Editorial.

Si en el libro Roma soy yo los lectores de Santiago Posteguillo conocieron los orígenes de Julio César; y en Maldita Roma asistieron a su ascenso político, ahora Julio César se enfrenta a uno de los mayores desafíos históricos de todos los tiempos: la conquista de las Galias, un territorio siempre hostil a Roma, vasto, inmenso y, a ojos de los enemigos de César, un lugar inconquistable destinado a ser su tumba.

Tras el éxito imparable de Roma soy yo y Maldita Roma, Posteguillo continúa su proyecto literario más ambicioso: una serie de novelas dedicadas a la vida de Julio César.

Ediciones B describe que con una rigurosa documentación y un ritmo soberbio, en este nuevo libro "vivimos el sufrimiento y la épica de la guerra de las Galias, pero también presenciamos la lucha política fratricida en Roma y viajamos al exilio con el faraón Tolomeo XII, expulsado de Egipto en compañía de su hija, la joven y mítica Cleopatra".

En el año 58 a. C., Roma, la Galia y Egipto eran tres mundos distintos que, sin saberlo, iban camino de un único destino. En ese 58 a. C. ocurren tres momentos excepcionales:

  • Julio César lucha en las Galias contra el rey germano Ariovisto

  • En Roma, Clodio manda a su antojo en representación del triunvirato formado por Pompeyo, Craso y Julio César, este último ausente de la ciudad

  • En Egipto, gobierna Berenice IV tras haber depuesto a su padre, Tolomeo XII, que se ha exiliado en Roma en compañía de su hija menor, la futura Cleopatra VII.

Son tres mundos que caminan hacia un único destino. La Galia, Roma y Egipto, una colisión inexorable de tres mundos legendarios en la que culmina la Trilogía del Ascenso, el primer ciclo de la serie sobre Julio César.

El palmarés de Posteguillo

Santiago Posteguillo, nacido en Valencia en 1967, es doctor europeo por la Universidad de Valencia, actualmente es profesor titular en la Universidad Jaume I de Castellón. Ha estudiado literatura creativa en Estados Unidos, y lingüística y traducción en diversas universidades del Reino Unido.

En 2006 publicó su primera novela, Africanus: El hijo del cónsul (Escipión el africano fue el general que derrotó a Aníbal en la segunda guerra púnica), el inicio de una trilogía que continuó con Las legiones malditas y La traición de Roma. También es autor de la Trilogía de Trajano (el primer emperador romano nacido en la península ibérica) compuesta por Los asesinos del emperador, Circo Máximo y La legión perdida.

Posteguillo recibió el Premio a las Letras de la Generalitat Valenciana en 2010, el Premio Barcino de Novela Histórica de Barcelona en 2014 y, en 2018, fue galardonado con el Premio Planeta por su novela Yo, Julia, a la que siguió Y Julia retó a los dioses, en 2020. Es el autor más vendido de novela histórica en lengua española con más de 5'000.000 de lectores. Además, en 2018 fue profesor invitado del Sidney Sussex College de la Universidad de Cambridge.

Tres segmentos de la obra

En un dossier de prensa, Ediciones B dejó ver tres segmentos de lo que los expectantes lectores encontrarán en el cierre de esta trilogía.

Roma 58 a. C.

«Los senadores Craso, Pompeyo y César dominaban Roma. Habían establecido un pacto, conocido como el triunvirato, mediante el cual controlaban las votaciones en el Senado uniendo sus fuerzas contra las de Cicerón, Catón y el resto de sus enemigos políticos. Pero en el año 58 a. C., Craso estaba más atento a sus negocios, Pompeyo a su vida privada y César ausente en la Galia. Los tres promovieron que Clodio, fiel partidario de su facción política y que disponía de la mayor banda de sicarios de la ciudad, fuera elegido tribuno de la plebe para que, desde ese cargo, ejerciera un poder absoluto sobre Roma. Clodio promulgó leyes acordes con los intereses de los tres poderosos senadores, y éstos, por su parte, no cuestionaban los métodos que Clodio pudiera estar emplean- do, absorbidos como estaban cada uno de ellos en sus asuntos. Que los cónsules de aquel año fueran Lucio Calpurnio Pisón y Aulo Gabinio era irrelevante, pues el poder del Senado estaba bloqueado.

El tribuno Clodio, y nadie más, regía los destinos de todos en la ciudad de Roma.

El todopoderoso tribuno sabía que, mientras no fuera en contra de los intereses de Craso, Pompeyo o César, podía hacer lo que quisiera.

Cualquier cosa. Parecía el momento oportuno para una venganza personal. Y Clodio tenía cuentas pendientes».

La Galia 58 a. C.

«César había resuelto la crisis de la migración de los helvecios de los Alpes a la Galia expulsándolos tras la batalla de Bibracte, pero la situación en la región estaba muy lejos de serenarse: el rey germano Ariovisto había iniciado una invasión en toda regla de gran parte de la Galia. Con un ejército de cuarenta mil guerreros y ciento veinte mil colonos germanos ya al sur del Rin, su plan de establecerse en la región de forma permanente estaba en marcha. Los galos, una vez más, en esta ocasión mediante el líder de los eduos, Diviciaco, habían solicitado la ayuda de Roma para detener esta nueva invasión de su territorio. Y Roma en la Galia era lo mismo que decir Julio César. De esta manera, el pro-cónsul se vio implicado en una segunda campaña militar de final incierto: el ejército germano no era una simple migración de guerreros con sus familias, sino una trituradora militar que había derrotado a los galos en varias batallas campales. César intentaba evitar el choque frontal de las legiones con aquella apisonadora armada hasta los dientes, pero Ariovisto no era un rey proclive a negociar nada, y menos sobre un territorio, la Galia, que él consideraba suyo por derecho de conquista.

César avanzaba hacia el norte.

Ariovisto hacia el sur».

Egipto 58 a. C.

«El faraón Tolomeo XII, padre de la joven Cleopatra VII, había sido depuesto del trono de Egipto por una conjura urdida por su consejero Potino, un eunuco veterano asesor de la corte tolemaica, asistido por la mayor parte de la élite sacerdotal. El detonante del complot había sido la cesión de la isla de Chipre por parte de Tolomeo XII a Roma. La ciudad del Tíber, con sus ojos puestos en Asia desde la derrota de Mitrídates del Ponto y las conquistas de Pompeyo en aquella parte del mundo, anhelaba la anexión de más y más territorios. Egipto era la joya más preciada, pero, por el momento, Roma iba apoderándose sólo de territorios dependientes del faraón. Tanto el pueblo de Egipto, agitado por los sacerdotes, que alimentaban un nacionalismo egipcio que defendía la independencia absoluta del reino del Nilo de Roma, como el propio Potino vieron en esta cesión de Tolomeo XII un signo de gran debilidad. Ni el pueblo ni los sacerdotes acertaban a comprender que militarmente Egipto ya no podía oponerse a un poder como el de Roma y que, en consecuencia, la línea de negociar cesiones y sobornar a senadores romanos, iniciada por Tolomeo XII, era la única salida posible para alargar la independencia del legendario reino. Potino, más astuto, más clarividente, sí podía ver esto, pero el viento en Alejandría soplaba en favor de los nacionalistas egipcios y decidió unirse al complot que depuso a Tolomeo XII y situó en el trono a su hija mayor, Berenice. Ésta era un títere en manos de los sacerdotes, pero una marioneta que, al poco tiempo, manifestaría tener sus propias ideas.

Tolomeo XII se refugió en el exilio, primero, en Grecia y, luego, por fin, en Roma misma, donde buscaba comprar suficientes voluntades en el Senado romano como para poder retornar al trono de faraón con el apoyo militar romano a cambio de más cesiones territoriales y un flujo incesante de trigo hacia la capital de la inmensa República.

Su hija pequeña, Cleopatra, lo acompañaba en aquel exilio».

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