Dicson Alfonso Cabrera Villalobos
Periodista Digital

Dicson Alfonso Cabrera Villalobos
Periodista Digital
El 13 de noviembre de 1985 el Nevado del Ruiz rugió con furia. Una avalancha de lodo, piedras y fuego descendió por las montañas y sepultó al municipio de Armero, en el Tolima. Más de 25.000 personas perdieron la vida en cuestión de minutos. Armero desapareció bajo el fango y Colombia despertó en medio de un duelo.
Entre tantas historias de tragedia surgió una que rozó lo divino: la de Educardo Peralta, un hombre que, por un giro inexplicable del destino, salvó su vida cuando todo indicaba que esa noche dormiría en el corazón del desastre.

La población de Armero quedó completamente destruida. Colprensa
Según el relato de su hijo Cesar, Educardo trabajaba en el Instituto Colombiano Agropecuario (ICA) y vivía junto a su familia en Ibagué. Todos los días viajaba hasta Armero para cumplir con su jornada laboral y en las tardes hacía el mismo recorrido, pero en sentido contrario, para pernoctar en su casa.
El 12 de noviembre, un día antes del desastre, llevó su carro al taller por problemas en los guardabarros. El lodo y el agua los deterioraba con frecuencia por su trabajo. Le prometieron tenerlo listo al final de la tarde, pero no fue así. Sin vehículo, decidió quedarse en Armero esa noche y acto seguido llamó a su esposa para informarle que ante el percance, no regresaría a Ibagué.

Educardo Peralta y su familia. Archivo particular
Cuando ya parecía que no había nada que hacer y mientras veía como la ceniza que emanaba del volcán, caía sobre las calles del pueblo, un agrónomo, amigo cercano, se cruzó en su camino al final del día y le propuso acompañarlo hasta Ibagué porque “le daba pereza viajar solo”.
Educardo dudó por un instante, pero la insistencia de su amigo agrónomo lo convenció. Pedro Aguirre, le había prometido que también lo traería en la mañana siguiente para su jornada laboral.
Antes de salir con rumbo a Ibagué, pasó por su oficina para llevarse su maleta y despedirse de sus compañeros y, casi como un gesto simbólico, recogió unas manotadas de las cenizas del volcán y las guardó en una bolsa para entregarla a su familia. Jamás imaginó que esa sería la última vez que vería a sus compañeros con vida.
La decisión que lo alejó de la muerte

Educardo Peralta falleció en 2018 a los 76 años. Archivo particular
“A mi papá se le apareció la Virgen en forma de amigo”, César Peralta, su hijo, no duda en llamarlo un milagro. “Mi papá siempre decía que ese amigo fue la Virgen, que se le apareció en forma humana para salvarlo”, cuenta hoy, con la serenidad de quien aún siente la sombra del desastre. César tenía 12 años cuando el volcán arrasó con Armero.
Al siguiente día, mientras descansaba en su casa de Ibagué junto a su familia, el radio reloj de Educardo lo despertó con la noticia que nadie podía imaginar: Armero había desaparecido.
En las noticias de la radio que cada mañana Educardo escuchaba sagradamente, Yamid Amat entrevistaba a un piloto que había sobrevolado Armero y que relataba la dantesca situación. No había nada, Armero había sido borrado del mapa.
Sus compañeros de trabajo, sus vecinos y amigos del ICA habían muerto. Muchos más que no conocía también lo estaban. Solo una persona sobrevivió: Olga, la secretaria de la oficina, logró escapar del lodo y la furia de la avalancha y le hizo el quite a la muerte.
Con el paso del tiempo y en medio de la tristeza, sus vidas siguieron unidas por el trabajo pero a la distancia. Olga volvió a sus labores en el ICA pero en Ibagué mientras Educardo abrió la nueva oficina en el municipio de Lérida.
Más tarde y con la herida abierta por la tragedia de Armero, la muerte volvió a hacer de las suyas. Todos se preparaban para la conmemoración del primer año del hecho más horrible de sus vidas.
Esa mañana Olga se alistó y viajó desde Ibagué junto a otras personas para hacer parte de los actos conmemorativos. Sin embargo, el destino hizo de las suyas. Esta vez no contó con la misma suerte, se había salvado un año atrás pero su hora había llegado.
Relata César que su papá contaba la historia con nostalgia. Todo estaba listo y su papá se enteró de que hubo un accidente de tránsito en las vías del Tolima y que Olga, quien fue su secretaria, había muerto. En el carro viajaba un grupo de mujeres, pero ella fue la única víctima fatal.

Muchos niños quedaron huérfanos tras la tragedia de Armero. Colprensa
Sobrevivir también fue una carga. Durante años, Educardo revivió la angustia, el miedo y la culpa de haber escapado cuando todos los demás se quedaron bajo el barro.
Sin embargo, canalizó ese dolor en servicio. Se unió al Club Rotario Armero, una organización que ha acompañado durante décadas a los damnificados, promoviendo reencuentros familiares y apoyo a comunidades que aún buscan sanar. Hoy en día César mantiene esa labor.
Armero no está en los mapas, pero vive en los recuerdos de quienes aún cuentan sus historias. Educardo murió en 2018 a los 76 años.
En cada aniversario, César asegura que detrás de cada tragedia también hay milagros que merecen ser contados.

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