Periodista Digital

El corredor Bogotá–Villavicencio enfrenta nuevamente un cierre total. Un deslizamiento en el kilómetro 18, a la altura de Chipaque (Cundinamarca), obligó a suspender el paso este domingo, según informó la concesionaria Coviandina.
Las cuadrillas trabajan en la antigua Vía al Llano para habilitar un tramo provisional que permita el paso vehicular desde este lunes 15 de septiembre. Mientras tanto, los viajeros deben armarse de paciencia: en la avenida Boyacá, a la altura de Usme, se registran congestiones permanentes debido al cierre preventivo en el kilómetro 0, sector de El Uval o Puerta al Llano.
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Las autoridades recomiendan tomar rutas alternas, entre ellas la Transversal del Sisga, que conecta a Bogotá con Boyacá, Casanare y Meta. Aunque el recorrido es más largo y los tiempos de viaje se incrementan, garantiza movilidad continua y llegada segura.
En un comunicado, Coviandina pidió a los conductores facilitar el paso a las volquetas que transportan mezcla asfáltica para agilizar los trabajos de rehabilitación y la puesta en servicio de la variante.
Atención al siguiente Boletín de prensa.
Próximo lunes 15 de septiembre iniciará la implementación del Plan de Contingencia Operativa para la movilidad por la variante de la vía antigua entre el K18+340 y el K19+980. Esté atento a nuestras cuentas oficiales. pic.twitter.com/R7KeMv7MFt
¿Por qué tantos líos en la vía al Llano?
La inestabilidad de este corredor tiene explicación en la naturaleza. Su trazado cruza la Cordillera Oriental, una de las zonas geológicas más frágiles del país. Geólogos advierten que los suelos son arcillosos y rocosos, altamente susceptibles a deslizamientos, sobre todo en temporadas de lluvias.
Aunque durante años el Estado ha invertido miles de millones en dobles calzadas, viaductos y túneles, los problemas persisten. La razón: la montaña sigue “viva” y, según los expertos, no es solo un tema de ingeniería, sino de condiciones naturales imposibles de controlar al 100 %.

Vía al llano Colprensa
Pérdidas para la concesión
Los cierres constantes golpean de frente a la caja de la concesionaria. Cada derrumbe significa:
Costos adicionales en reparaciones y remoción de escombros no previstos en los contratos.
Caída en el recaudo de peajes, con pérdidas millonarias diarias.
Desgaste reputacional, pues los usuarios reclaman por la falta de continuidad en el servicio, aunque muchos problemas se deben a la fuerza de la naturaleza.
Renegociaciones con el Gobierno, que suelen traducirse en revisiones de plazos, tarifas o adiciones presupuestales.
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