Periodista Digital

El 7 de junio de 2025, el parque El Golfito, en el corazón de Fontibón, Bogotá, era solo otro escenario de campaña para Miguel Uribe Turbay. El senador y precandidato presidencial recorría el occidente de la ciudad con el entusiasmo de quien se sabe en plena carrera hacia el Palacio de Nariño. Ese día, sin embargo, la política colombiana volvió a ser atravesada por el eco de la violencia: a las 4:11 de la tarde, seis disparos interrumpieron su discurso y el país entró en una cuenta regresiva marcada por partes médicos, operativos judiciales y oraciones en la calle.
El disparo que detuvo al país
Tras visitar comercios y saludar vecinos, Uribe Turbay se dirigió al parque. Se subió a una tarima improvisada y, mientras hablaba sobre salud mental, un menor de 15 años, a escasos metros, sacó una pistola Glock y disparó.
El caos fue inmediato. El político cayó al suelo, inconsciente. La multitud intentó auxiliarlo, pero la gravedad de sus heridas exigía intervención médica urgente. Una ambulancia lo llevó primero a un centro asistencial de Fontibón. Allí lo estabilizaron lo suficiente para un traslado más delicado: la Fundación Santa Fe, en el norte de Bogotá.

Miguel Uribe, los más de 60 días en la Fundación Santa Fe. Crédito - Instagram: @maclaudiat
La primera noche: un país en vilo
A las 9:55 p.m., la Fundación emitió el primer parte: Uribe ingresaba en estado crítico, con lesiones neurológicas y vasculares graves. De inmediato fue sometido a neurocirugía y a un procedimiento en el muslo izquierdo para controlar una hemorragia.
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El 8 de junio, los médicos confirmaron que las balas habían afectado zonas cerebrales vitales. El edema cerebral crecía, y aunque se contenía el sangrado, el pronóstico era reservado. Miguel no volvió a abrir los ojos ni a hablar.

Miguel Uribe y su batalla por la vida en la Fundación Santa Fe. Crédito: Colprensa
La sombra detrás del gatillo
En paralelo, la Policía capturó al agresor, herido en una pierna mientras intentaba huir. El adolescente confesó que cumplía órdenes de un hombre conocido como “el man de la olla” y que sabía quién lo había contratado. La investigación reveló al menos cinco cómplices, con roles precisos: entrega de armas, vigilancia, transporte.
El 12 de junio cayó el primer adulto capturado: Carlos Eduardo Mora González. Dos días después, en Florencia, fue arrestada una joven de 19 años, señalada de entregar el arma al menor. La Fiscalía habló de pagos cercanos a los 20 millones de pesos. Pero el autor intelectual seguía sin nombre. En el expediente aparecían alias “El Negro” y “El Costeño”.

“El Costeño”, capturado por la muerte de Miguel Uribe. Crédito: Colprensa
Días de esperanza, días de espera
Del 10 al 14 de junio, los comunicados médicos se llenaron de matices: “leve mejoría”, “tendencia a la estabilización”. El 11, se habló de disminución del edema cerebral. El 13, una reducción de la presión intracraneana dio un respiro a su familia y seguidores.
El 16 de junio, sin embargo, la calma se rompió. Por la mañana fue llevado de urgencia a cirugía por un sangrado intracerebral agudo. Al salir, el hospital anunció que su estado era “extremadamente crítico”. El país contuvo la respiración.
En julio, hubo señales alentadoras. El día 14, la Fundación informó que iniciaban protocolos de neurorehabilitación. Afuera, cientos de personas mantenían velatones diarias. Políticos de todos los partidos visitaban la clínica, y su esposa, María Claudia Tarazona, publicaba mensajes de fe.
La recaída fatal
La madrugada del 9 de agosto, la salud de Uribe se desplomó: una hemorragia en el sistema nervioso central lo devolvió al quirófano. Los médicos lograron estabilizarlo por unas horas, pero la batalla estaba perdida.
El lunes 11 de agosto de 2025, María Claudia Tarazona, con una sola frase en redes sociales, selló la noticia que Colombia no quería escuchar:
Siempre serás el amor de mi vida.
Miguel Uribe Turbay había muerto.
El crimen y su herencia
A más de dos meses del atentado, las autoridades aún no esclarecen el móvil exacto. Las hipótesis se debaten entre lo político y lo económico. Lo cierto es que la muerte de Uribe reabrió una herida que Colombia parecía empeñada en olvidar: la de la violencia política. En menos de diez días, el país revivió el trauma de los magnicidios de los ochenta y noventa.
— Fundación Santa Fe de Bogotá (@FSFB_Salud) August 11, 2025
En la Fundación Santa Fe, donde médicos y familiares pelearon contra la muerte durante más de 60 días, queda el recuerdo de un paciente que recibió oraciones de todo un país. En la plaza pública, queda un espacio vacío. Y en la política, un silencio que duele.
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