Actualizado 25 de agosto de 2025 - 6:00 p. m.
El viacrucis de Brisa de Angulo contra líder de reconocida iglesia cristiana de Bogotá que la abusó
Brisa de Angulo sobrevivió a la violencia sexual en Bolivia y hoy es un referente en la lucha por la justicia en América Latina.
Periodista Digital
Brisa de Angulo lidera una fundación que lucha por garantizar los derechos de los niños.Crédito: Cortesía
Brisa de Angulo Lozada es una mujer de contrastes. Nació en Estados Unidos, creció en Bolivia y tiene nacionalidad colombiana y estadounidense. Es neuropsicóloga, abogada, fundadora y directora ejecutiva de FUBE: Fundación Una Brisa de Esperanza, y peticionaria en el histórico caso Angulo Losada vs. Bolivia ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Pero más allá de los títulos, Brisa es una sobreviviente.
Desde su infancia en Cochabamba, Bolivia, mostró una sensibilidad profunda hacia el dolor ajeno. Sus padres, un cirujano y una maestra, trabajaban en salud y educación comunitaria en un entorno de pobreza extrema. Brisa los acompañaba, veía morir a niños por desnutrición y desarrollaba un instinto de servicio que la llevó a cuidar de los más vulnerables.
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“Vivimos en un pueblo donde la gente era muy humilde, donde muchas veces escuchábamos niños morirse… eso me hizo muy sensible al dolor y sufrimiento de otras personas. Ver que mis papás dedicaban su vida a mejorar la situación de los demás, desde muy chiquita me dio este sentido de qué puedo hacer yo para servir a otros”, recuerda en diálogo con Minuto 60.
Era una niña enérgica, apasionada por la música, tocaba el piano y el violín, y formaba parte del equipo nacional de natación. Pero esa vida vibrante se detuvo a los 15 años.
Del brillo a la oscuridad
La violencia sexual irrumpió en su vida, no de forma repentina, sino a través de un proceso de manipulación y colonización mental por parte de su agresor, Eduardo Gutiérrez Angulo, un pastor cristiano de jóvenes en quien su familia confiaba plenamente.
Según Brisa, él creó una división entre ella y sus padres: convenció a su madre de que su hija estaba atravesando la “terquedad de la adolescencia” y a ella de que sus padres no la querían. “Yo pensaba: ‘Mis papás no me quieren, mis papás no me van a creer’”, cuenta.
La culpa se convirtió en su segundo agresor. “Si hablas de lo que pasa, vas a causarle un dolor profundo a tu mamá y a tu papá... los vas a avergonzar frente a todo el mundo”, solía decirle.
Brisa, acorralada entre el horror y el silencio, intentó suicidarse. Fue internada en un centro en Estados Unidos, donde una terapeuta le dijo por primera vez que lo que sufría era un crimen y que tenía derecho a buscar ayuda.
“Fue como la primera vez que me doy cuenta de que este horror que he estado viviendo es un delito”, confiesa.
Curiosamente, su profunda relación con Dios, forjada desde la niñez, no se quebró. En medio del trauma, sentía que veía a Dios llorando con ella, que la abrazaba. Esa fe se convirtió en un pilar para liberarse de la religiosidad que su agresor usó como arma. “Cuando terminaba de agredirme, yo iba y me tiraba a mi cama a llorar, pero sentía los brazos de Dios llorando y abrazándome”, dice.
Brisa de Angulo vive en Estados Unidos, desde donde busca que se haga justicia en su caso. Cortesía
La lucha incansable por la justicia
Tras denunciarlo, Gutiérrez se dio a la fuga. Brisa estudió derecho, hizo un doctorado y llevó el caso contra su propio país, demandando al Estado boliviano por inacción. Ganó, y el fallo de la Corte Interamericana de Derechos Humanos sentó un precedente que impacta a 23 países de la región.
Quince años después de la huida, alguien le dijo que lo había visto en una iglesia de Bogotá, Colombia, con otro nombre: Lalo Leví. Una foto confirmó lo que ella sabía: era él.
Pese a una circular roja de Interpol, había rehecho su vida, convertido en líder religioso y casado con una referente espiritual de una reconocida y gigantesca iglesia cristiana ubicada en el sector de La Castellana, de Bogotá. Asistentes a ese lugar reconocen en su esposa a una mujer de fe capaz de transmitir mensajes poderosos.
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“Sobre la esposa en cierta forma me da mucha pena porque yo sé lo manipulador que es mi agresor. Según lo que yo entiendo es que ella ha creído la historia paralela de él, de que supuestamente estábamos enamorados”, narró.
Y añadió: “Que ella escoja quedarse cerca a una persona que es prófuga de la justicia, que ha sido acusado violencia sexual contra la niñez y que deje a sus niños y niñas cerca de él se me hace dos cosas: Uno, muchísima pena por ella y dos, que se está volviendo cómplice al no tomar una posición”.
El caso tomó un giro doloroso cuando, además de enfrentar la falta de apoyo de esa iglesia, que la acusaba de querer “destruirla”, su propio agresor la demandó por calumnia y difamación.
“Es muy paradójico que un prófugo de la justicia, con circular roja de Interpol, se escape y en ese país demande a la víctima que espera justicia en el otro”, dice Brisa.
Un faro para otros sobrevivientes
A pesar de los obstáculos, Brisa sigue luchando. A sus casi 40 años, ha dedicado más de 20 a este proceso legal. Su motivación es clara: ser la voz de quienes no la tienen. Entiende que lo que le pasó a ella les ocurre a millones de niños y niñas, y que no puede pedirles que hablen si ella misma no está dispuesta a hacerlo.
“Yo no puedo pedir que los niños y las niñas pongan la cara allá afuera cuando ni siquiera yo pueda hacerlo”, afirma. Ha enfrentado situaciones dolorosas, como asistir a una audiencia de conciliación con su agresor, que decidió no presentarse. Pero cada paso, por difícil que sea, lo ve como una oportunidad para visibilizar la problemática y dejar un legado.
“Yo no gano nada, la Corte Interamericana no me va a dar nada a mí”, admite. Su verdadera recompensa es saber que, con cada acción, más niños y niñas pueden tener un camino menos doloroso.
Brisa se ha convertido en una activista incansable que, pese a los errores judiciales y las irregularidades, no detiene su empeño de lograr que la justicia, la verdadera justicia, llegue a su vida y a la de los sobrevivientes que, como ella, siguen en la lucha.
Su caso sigue abierto y espera que la Corte Constitucional de Colombia decida sobre la extradición de su agresor a Bolivia, un hombre que, a pesar de su pasado, aún ejerce influencia en el ámbito religioso.