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2 de diciembre de 2025
Actualizado 9 de julio de 2025 - 12:00 a. m.

Entre la fiebre y la sospecha: la vorágine que rodeó la muerte de José Eustasio Rivera

El escritor huilense murió en 1928 en circunstancias extrañas. Escribía una nueva novela cuando su salud se deterioró repentinamente en Nueva York.

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'La vorágine' es considerada un clásico de la literatura latinoamericana.Crédito: Fotomontaje Minuto60

El 1.º de diciembre de 1928, en Nueva York, José Eustasio Rivera, la mente detrás de La vorágine, falleció en extrañas circunstancias. El abogado huilense, famoso por denunciar la explotación humana y de la naturaleza a través de sus obras, murió en cuestión de días debido a una “hemorragia cerebral de origen malárico”, según la fuente oficial. Sin embargo, hipótesis que apuntan a un complot orquestado por políticos y empresarios, a quienes presuntamente no les gustaba el estilo directo de sus escritos, han alimentado teorías de conspiración por más de 90 años.

Para esa época, José Eustasio Rivera estaba escribiendo una obra con un sentido de denuncia muy parecido al de La vorágine. Es más, en 1926, él mismo confirmó: “Tengo planeada una segunda novela que por su naturaleza puede considerarse como una continuación [de su obra sobre la explotación del caucho en el Amazonas]”, de acuerdo a un archivo de El Espectador. Esa obra, según familiares y amigos, habría sido el detonante de su deceso, pues trataba sobre el ingreso de multinacionales estadounidenses al país para la extracción de petróleo.

La mancha negra, la novela perdida de José Eustasio Rivera

Dicha novela la alcanzaron a leer unos pocos y fue conocida como La mancha negra. Como detractor ferviente de la invasión petrolera en Colombia, ya había hecho denuncias sobre este tipo de industria mientras trabajaba para la Comisión Investigadora de la Cámara. Por eso, decidió dedicar su segunda novela a este tema. Aun así, al fallecer, los manuscritos se perdieron sin explicación y nunca salieron a la luz, lo que fortaleció la teoría sobre una posible "mano negra".

Su primo, David Rivera, uno de los que leyó los bosquejos del escrito, aseguró que: “Aquello era un dantesco desfile de apaches de levita y chequera por un pobre escenario de desvergüenzas y piratería”, y que “trataba de los petroleros colombianos y las tremendas influencias de los hijos del Tío Sam (EE. UU.) sobre los grandes influyentes de los viejos partidos tradicionales nuestros”. Es más, de acuerdo con documentos oficiales de la época, Ricardo Charria, uno de sus amigos, reveló que la obra estaba a punto de terminarse. ¿Qué pasó?

De la ilusión al sufrimiento

Volvemos al día de la muerte de Rivera. Antes de llegar a Nueva York, el escritor había representado a Colombia en el Congreso Internacional de Inmigración y Emigración de La Habana, en abril de 1928; pero, por temas de seguridad, resolvió radicarse en Norteamérica después de cumplir con sus obligaciones en Cuba. La elección de llegar a tierras 'gringas' también se dio por la posibilidad de hacer una nueva edición de La vorágine, así como de lograr su traducción al inglés y la negociación de derechos para una adaptación cinematográfica, según Nicolas Duque-Buitrago en su artículo "Morirse al vuelo, o el último viaje de José Eustasio Rivera".

José Eustasio Rivera junto al novelista Bartolomé Soles y Federico de Onis

José Eustasio Rivera en Estados Unidos, un mes antes de su muerte. Crédito: Archivo particular

Sin embargo, el 23 de noviembre de 1928 cayó enfermo y, días después, el 27 de noviembre, fue llevado al New York Policlinic Hospital con convulsiones y parálisis en la mitad de su cuerpo. Eduardo Neale-Silva, en su libro Horizonte humano: vida de José Eustasio Rivera, hizo una crónica detallada sobre el decaimiento del poeta en tierras norteamericanas.

“El poeta se había recogido en sus habitaciones la tarde del día 23, y es de suponer que descansó en cama tratando de evitar todo esfuerzo físico (…) El sábado (24) por la mañana se presentó Rivera a Soler (escritor español) (…) Ya cerca de mediodía fue a un restaurante cercano (…) Aun cuando Rivera me había dicho antes que se hallaba con un poco de gripe, su charla fue tan animada”, recordó el escritor.

Tras eso, rememoró que el domingo 25 de noviembre Rivera volvió a sentirse mal, con dolor de cabeza, y llamó al doctor Eduardo Hurtado. El lunes continuó con sus malestares, aunque mejoró; y luego el martes 27 de noviembre, volvió a decaer tras una fuerte “cefalalgia”. “Cuándo regresó venía pálido y con los ojos desencajados (…) Como herido por un rayo perdió el conocimiento y empezó a agitarse convulsivamente en medio de terribles dolores”, se lee en el libro de Neale-Silva.

El doctor Hurtado llegó de inmediato y después llamó a una ambulancia. Rivera fue recluido en el Polyclinic Hospital de Nueva York y allí, después de estar en estado comatoso y haber presentado cierta mejoría, falleció el 1. ° de diciembre a las 12:50. Las causas de su muerte nunca se aclararon de manera certera. Es más, en el hospital nunca se le hizo una autopsia oficial, porque no fue autorizada; pero luego se concluyó que su muerte había sido por una malaria cerebral que habría adquirido durante sus viajes a la selva.

Aquí entra en juego el historial médico del escritor, pues ya había padecido crisis de delirio agudo febril con convulsiones, según confirmó el médico Humberto Roselli Quijano, citado por Iván Gallo en Pares. La primera vez fue en Orocué, en 1918; luego en 1920 en Sogamoso y, en 1921, en Purificación. Esos antecedentes dieron fuerza a la versión oficial, pero no resultó del todo confiable, dada la complejidad del contexto en que ocurrió su muerte.

(Le puede interesar: Noventa años sin Gardel: crónica del vuelo que apagó la voz del Zorzal)

"Temo ser vigilado"

Rivera ya se sentía extraño durante su estadía en Estados Unidos y sospechaba que el consulado no estaba entregando toda su correspondencia. También sufrió episodios de delirio de persecución y contó a su amigo Lisandro Durán que temía “ser vigilado”. A él también le aseguró que, cuando La mancha negra viera la luz, prefería estar en África que en cualquier otro lugar del mundo, incluso su propio país. El libro nunca se publicó y su vida se apagó.

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